Se llama tedio, o al menos así le dicen.
Pensaba que era un invento, algún producto inservible de mi ingenio.
Pero luego dime cuenta de respirarlo.
El maldito tan diáfano, tan pérfido, tan tenue, pero tan mundano.
Vilo salir primero de las ropas de un sujeto conocido, se veía debil, normal, innocuo, como una especie de aura invisible no poética, no humo, no lumen.
Casi inmediatamente algo se cocia* entre mis tripas, entre mis párpados, entre mi dicha, mi calma, mis huesos, mis glándulas, entre mis risas, entre mis prisas, mis vértebras, mi traquea. Algo más que mi carne se cocia, algo más que sólo aire se colaba y cosia** mis dudas, mis venas, mis lunas, mis deudas, mis huesos con hilo, mis versos con tela.
Ya lo que sentía no tenía sentido y lo que sabia ya no estaba en palabras, todo era tan frio, todo tan pueril, y yo tan henchido, tan ido, tan hirviente e hiriente.
Seguia sentado en la silla colorida, pero ya no sabia si podria pararme aunque era lo que más quería. Recuerdo que veía su camiseta amarilla, habia estado viéndola ya por mucho tiempo y seguia respirando tedio, pero él no estaba en mí, yo estaba en él y lo descubria al maldito, lo habia descubierto, habia notado su rápido movimiento, su transparencia aparente, su danza torpe para colarse en mi mente y viajar sagazmente por mi torrente. ¡Ah! ahora sí que lo tenía, ya de mí no podrá esconderse, aunque en mí lo siga haciendo mientras mi mente relacione una persona, un momento, con todo un revuelto de sentimientos que invocan al tedio, fastidio, hastío de una persona o un momento.
*también con s.
**también con c.
miércoles, 15 de julio de 2009
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