Se encontraron en el cincuenta,
sin hacer cuentas, sin tomarlo encuenta.
Caminaban por el balcón, los ojos claros,
ella en uno, en el otro un extraño.
Era fotografía, todo es fotografía,
pero ninguno de los dos lo sabia.
Pero Nadie, Nadie sabe,
sabe de todo lo que no sabe.
Y de nada, y de nadie;
es el producto de eso,
del humo, del cúmulo,
de nada, del tiempo que es el mar
y la rutina la corriente
en la que una figura humana simplemente
se deja llevar.
Pensando, pero sin poder ver más allá,
sin trascender de la pantalla,
sin el vino de la creatividad,
ese vino que convino tantas noches
y que al alba huye con mi sangre en tinta.
Aún no puedo volar,
y las palabras me pegan al suelo,
como el chicle, como el perfume del cigarro en el pelo.
Si amanecieran todos mudos,
Nadie podria nadar con ustedes.
Aunque la escasez de palabras mojadas en saliva
aumente la oferta de palabras mojadas en tinta
y entonces el hombre sería más sincero
pero también más poético, o no sé, quien sabe,
no se puede escribir en cualquier momento.
miércoles, 3 de junio de 2009
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